Al cruzar las puertas de Niños Nueva Esperanza, sentí mi corazón latir con anticipación. Había escuchado hablar del centro y el trabajo increíble que hacen para ayudar a la comunidad de Sabana Seca, pero nada pudo haberme preparado para lo que estaba a punto de experimentar.
Al entrar, fui recibido por rostros sonrientes y cálidas bienvenidas del personal y los voluntarios. Sentía una energía acogedora que impregnaba el aire a su alrededor. Durante el tiempo en el centro participé del programa académico en el cual pude asistir a los estudiantes con sus tareas. Al principio, me sentí nervioso - nunca había trabajado con niños antes y no estaba seguro de cómo abordar la tarea que tenía por delante. Pero al sentarme con mi primer estudiante, sentí una conexión que nunca había experimentado antes. La alegría en su rostro cuando finalmente entendió el problema de matemáticas era contagiosa. En ese momento supe que estaba exactamente donde debía estar.
A medida que pasaban los días, me encontraba cada vez más involucrado con el centro. Ademas del programa académico, pude dar una mano con el programa sociocultural. En el mismo pude ver como los niños descubrían talentos ocultos y pasiones que no se imaginaban tener.
Me quedó claro que Niños Nueva Esperanza era más que un simple centro: era una familia. Un lugar donde personas de todas las clases sociales podían reunirse y apoyarse mutuamente, un lugar donde reinaban la esperanza y la posibilidad.
Decir un último adiós al centro al concluir mi tiempo allí fue una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer. Pero al alejarme, supe que las lecciones que había aprendido y las conexiones que había hecho me acompañarían para siempre. Niños Nueva Esperanza no solo había cambiado las vidas de aquellos a quienes servía, sino que también había cambiado la mía.
Si desea obtener más información sobre la organización y cómo apoyar su importante trabajo visite su sitio web en http://www.nnepr.org/ donde encontrarán más información de la misma.
As I walked through the gates of Niños Nueva Esperanza, I felt my heart pounding with anticipation. I had heard about the center and the incredible work they were doing to help the community of Sabana Seca, but nothing could have prepared me for what I was about to experience.
As I made my way inside, I was greeted by smiling faces and warm welcomes from the staff and volunteers. The energy was palpable, and I could feel the sense of purpose that permeated the air.
I was assigned to the academic program and given the task of helping students with their homework. At first, I was nervous - I had never worked with kids before, and I wasn't sure how to approach the task at hand. But as I sat down with my first student, I felt a sense of connection that I had never experienced before. The joy on his face as he finally understood a math problem was infectious, and I knew that I was exactly where I was meant to be.
As the days went by, I found myself becoming more and more involved with the center. I helped with the sociocultural program, watching as kids discovered hidden talents and passions they never knew they had. It was clear to me that Niños Nueva Esperanza was more than just a center - it was a family. A place where people from all walks of life could come together and support one another, a place where hope and possibility reigned supreme.
Leaving the center at the end of my time there was one of the hardest things I've ever had to do. But as I walked away, I knew that the lessons I had learned and the connections I had made would stay with me forever. Niños Nueva Esperanza had not only changed the lives of those it served, but it had changed mine as well.